Gente On-Line

2 ago 2009

El estrepitoso frio de la calle hacía creer que no era posible cualquier forma de vida sobre la tierra. La piel intentando con sumo esfuerzo mantener el calor, mientras una leve brisa empapaba todo tipo de superficies. Unas pocas horas antes hubiese jurado por toda mi fe que nada podría sacarme de mi cobijo, de esa precaria edificación trivial que nos depara una triste vida de sombrías luces destellantes. Y sin embargo crucé ese mar gélido de cemento, caminé varias cuadras al resplandor de la luna y algunas pocas estrellas.
El tajante frio no me dejaba pensar claramente, pero recuerdo haberme preguntado si valía la pena dicho viaje.
Y debo confesar que mi increíblemente paranoico ser interior me tendió esas perspicaces trampas de la psiquis: Pensé que haría el ridículo por creer tan quimérica propuesta. Y sin embargo salí.
Salí a la intemperie, salí a enfrentar la noche, salí a cazar esperanzas de fugaz amor.
Creo que hice tiempo record. Caminé cerca de 15 cuadras en poco más de 10 minutos, mezcla de ansiedad y frio habría de ser la razón.
Y finalmente llegué. La verdad llegué sin plan, sin repertorio, sin siquiera mero guión. Llegué a improvisar... pero no se puede improvisar en dichas condiciones, estaba diezmado psicologicamente, rengo de poesía y cruzado para las palabras. Toqué apenas el timbre, como quien no quiere hacer tanto escándalo. Suspiré hondamente y me dije a mi mismo: "nada que temer". Con toda la seguridad que podría comunicar, al preguntar esa delicada voz a través del portero eléctrico, respondí con voz firme y seductora... "yo, Gino" (lo que me recordó a la caricatura "yo, Matías" y despertó una breve risita titubeante)
Desde ahí recuerdo poco... como si hubiese estado alcoholizado o entumecido por algún narcótico... pero no era nada de eso. Capaz eran nervios o el calor que se reincorporaba a mi cuerpo mientras subiamos las escaleras.
Desde acá, todo fue más natural. Acepté su proposición de café, pero en cuanto abrió la alacena, me acerqué por detrás y dejé caer una propuesta implícita que se manifestó con un beso en el cuello, muy cerca de su oreja derecha. Súbitamente se dió vuelta y todo se volvió borroso, como si cada beso que plantaba sobre mis labios contuviese un néctar anestésico. Desde ahí, solo nos separó una breve ventana de tiempo, y pronto solo nos contenían las sábanas.
El resto es historia... Eso sí, más tarde nos tomamos el café.

3 comentarios:

luz del tiempo dijo...

nacie es racional ante un amor

costi. dijo...

escribis muy bonito.

Gino Franco Fazzi dijo...

Gracias a ambas dos ja.